15 Mar
15Mar

Empiezo a escribir estas líneas con lágrimas en los ojos. Llevo un buen rato buscando información sobre aquel 11 de marzo de 2004. He encontrado el programa de Informe Semanal emitido dos días después de los hechos, y solo he podido ver los primeros cinco minutos. 

Las imágenes son devastadoras.

Teléfonos sonando. Trozos humanos entre las vías. Autobuses transportando heridos. Una mujer explicando por teléfono lo ocurrido segundos antes de estallar otra bomba cerca de ella. Gritos. Gente deambulando por las vías del tren. Caras de desesperación, de miedo, de incredulidad. 

He tenido que cerrar de golpe el ordenador. Algo de esas gentes, de esas imágenes, me hacía sentir muy cercana a ellas. Era como si yo misma lo hubiera vivido.

Pero aquel 11 de marzo me quedaba un mes para nacer. Para mí siempre ha existido el 11-M, y siempre he tenido la noción de lo que había ocurrido aquel día. Todos hemos preguntado alguna vez a nuestros padres sobre esa mañana, sobre cómo se vivió el mayor atentado en Europa. Mi madre siempre me habla de una de las víctimas. Estaba embarazada; iba a tener un niño en un mes; justo como ella. Mi madre siempre se ha sentido muy cercana esa mujer. Ella podría haber sido mi madre, y aquel niño podría haber sido yo. Da la sensación de que todos podríamos haber sido víctimas del atentado, pero que por simple suerte no nos tocó a nosotros.

Cuando he visto la prensa de aquella mañana, me ha emocionado una de las noticias. El Mundo publicó a las doce de la mañana del 11 de marzo que todas las reservas de sangre de los hospitales estaban completas tras la donación de las horas anteriores. La gente que vivía en los alrededores se acercaba a ayudar, los autobuses transportaban heridos, los otros pasajeros, algunos heridos, ayudaban a las víctimas psicológicamente, o bien llamando a sus familiares para confirmar que estaban bien. Por la tarde se convocaron manifestaciones en repulsa del atentado bajo el lema “España dice no” y “Todos íbamos en ese tren”. Ante la tragedia, el Pueblo se unió, sin color político, en contra de la violencia, del dolor. Nos apoyamos los unos a los otros.

Creo que la masacre del 11 de marzo debe hacernos recordar lo frágiles que somos, lo rápido que nuestra vida se puede esfumar, y las consecuencias del odio y el radicalismo, pero también la solidaridad y unión que existe en el pueblo español: aquel día nos apoyamos los unos a los otros, sin importar nuestra clase o nuestra ideología. Todos nos identificamos con las víctimas, nos sentimos heridos por el atentado.

Realmente, todos íbamos en ese tren.

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